En una granja alejada del bullicio de la ciudad, vivían muchos animales, entre ellos, una gallina llamada Clara y un cerdo llamado Pedro. Ambos eran muy diferentes en sus hábitos y formas de ver la vida, pero compartían el mismo corral y, a menudo, se encontraban charlando sobre sus experiencias diarias.
Un día, mientras el granjero estaba ocupado en sus labores, Clara se acercó a Pedro y le dijo: «¿Sabes, Pedro? Cada día pongo un huevo y el granjero siempre se muestra agradecido. Me siento útil y valorada en esta granja».
Pedro, revolcándose en el barro, levantó la vista y respondió: «Eso está muy bien, Clara. Pero, ¿alguna vez has pensado en lo que aportas a largo plazo? Yo, por mi parte, sé que algún día seré el alimento principal en la mesa del granjero. Mi contribución es más grande y duradera».
Clara, un poco ofendida, replicó: «¡Pero yo doy algo todos los días! Mi esfuerzo es constante y regular. No espero a un gran momento para hacer mi aporte».
Pedro sonrió y dijo: «No te ofendas, Clara. No digo que lo que haces no sea valioso. Solo que cada uno de nosotros tiene una forma diferente de contribuir. Tú das un poco cada día, y yo daré mucho en un solo momento. Ambas contribuciones son importantes».
Con el tiempo, Clara y Pedro aprendieron a valorar y respetar las diferencias entre ellos. Se dieron cuenta de que cada uno tenía su propio papel en la granja y que ambos eran esenciales a su manera.
Moraleja de el cerdo y la gallina:
Todos tenemos diferentes formas de contribuir al mundo. No debemos menospreciar el valor de las pequeñas acciones diarias ni el de las grandes contribuciones en momentos específicos. Cada aporte, grande o pequeño, tiene su importancia y valor.