En un pequeño pueblo rodeado de montañas y verdes prados, vivía un hombre llamado Lino. Era conocido en el pueblo por ser un hombre solitario, pero siempre estaba acompañado de su leal perro, Max.
Desde cachorro, Max había estado al lado de Lino, acompañándolo en sus caminatas por el bosque, esperándolo pacientemente mientras trabajaba en el campo y durmiendo a sus pies durante las frías noches de invierno. La conexión entre Lino y Max era tan fuerte que los aldeanos solían decir que podían comunicarse sin palabras.
Un día, mientras Lino cortaba leña en el bosque, una serpiente venenosa se deslizó hacia él sin que se diera cuenta. Max, al ver el peligro, saltó hacia la serpiente, mordiéndola y alejándola de Lino. Sin embargo, en el proceso, Max fue mordido.
Lino, al darse cuenta de lo que había sucedido, cargó a Max en sus brazos y corrió al pueblo en busca de ayuda. Aunque los aldeanos hicieron todo lo posible, Max no sobrevivió. Lino quedó devastado, pero siempre recordó el acto heroico de su fiel amigo.
En el centro del pueblo, Lino erigió una pequeña estatua en honor a Max, y debajo de ella, grabó: «Aquí yace Max, el perro más leal que jamás haya existido. Dio su vida para salvar a su amo.»