En un pueblo lleno de colores y tradiciones, todos se preparaban para celebrar el Día de los Muertos. Las casas estaban adornadas con flores de cempasúchil, velas y ofrendas para honrar a los seres queridos que habían partido. Catrina, una esquelética dama de elegante figura, era la protagonista de todas las festividades. Cada año, vestía con su mejor traje y un sombrero único que todo el pueblo admiraba.
Este año, Catrina quiso cambiar su icónico sombrero por uno moderno que había visto en una revista de la gran ciudad. Pensaba que al seguir la moda actual, sería aún más admirada. Así que dejó su tradicional sombrero adornado con flores y plumas en casa, y lució el moderno que había adquirido.
Sin embargo, al llegar a la fiesta, en lugar de admiración, Catrina sintió que algo no iba bien. Los niños no la reconocían y los ancianos murmuraban extrañados. Todos extrañaban su sombrero tradicional, ese que representaba la esencia y cultura del pueblo.
Desconcertada, Catrina regresó a su casa y, al mirarse al espejo con su sombrero tradicional, entendió lo que sucedía. Su sombrero no era solo un accesorio, era un símbolo de su identidad y de las tradiciones que representaba. Al tratar de adaptarse a lo que creía que la haría más popular, había perdido lo que la hacía especial y única.
Volvió a la fiesta, esta vez con su sombrero tradicional, y el ambiente cambió por completo. Los niños la rodearon con alegría, los ancianos sonrieron complacidos y el espíritu festivo regresó.