En un tranquilo rincón del campo, vivía un ratón llamado Remy. Su hogar era sencillo, construido entre las raíces de un viejo árbol. Remy disfrutaba de la paz del campo, escuchando el canto de los pájaros y el murmullo del viento entre las hojas.
Un día, recibió la visita de su primo, Max, un ratón de ciudad. Max vivía en una gran metrópolis, en el sótano de un lujoso edificio. Había venido al campo para descansar del bullicio de la ciudad.
Remy, emocionado por la visita, ofreció a Max lo mejor que tenía: granos frescos, frutas y agua fresca del arroyo. Sin embargo, Max miró la comida con desdén. «¿Esto es lo que comes todos los días?», preguntó con una mueca. «En la ciudad, tengo quesos finos, pasteles y todo tipo de delicias».
Intrigado, Remy decidió visitar la ciudad y experimentar la vida lujosa que Max describía. Max lo llevó a su hogar y le mostró las maravillas de la ciudad: luces brillantes, coches veloces y rascacielos que tocaban el cielo.
Esa noche, Max preparó un festín con los alimentos más exquisitos que Remy jamás había visto. Pero justo cuando estaban a punto de empezar a comer, un gato apareció de la nada, y los ratones tuvieron que huir a toda prisa. Más tarde, mientras intentaban picar algo de comida, fueron casi atrapados por el dueño de la casa.
Después de una noche llena de sustos y peligros, Remy decidió que era hora de regresar al campo. «La ciudad tiene muchas maravillas», dijo, «pero prefiero la paz y seguridad de mi hogar en el campo».
Max, reflexionando sobre las palabras de su primo, reconoció que, aunque la ciudad ofrecía lujos, también venía con sus propios peligros y preocupaciones.