En lo alto de una montaña, vivía un cuervo llamado Corvus. Desde su posición, podía ver a todas las aves del valle. Aunque Corvus tenía un plumaje negro brillante y una voz potente, siempre se sentía inferior al observar a las otras aves, en especial al halcón, que volaba alto y rápido, y al ruiseñor, que cantaba melodías hermosas.
Un día, Corvus el cuervo tuvo una idea. Decidió acercarse al halcón y le pidió que le enseñara a volar tan alto y tan rápido como él. El halcón, sorprendido, accedió y durante días, Corvus intentó seguir el ritmo del halcón, pero sus alas no estaban hechas para esa velocidad. Exhausto y frustrado, decidió acercarse al ruiseñor.
«Ruiseñor», dijo Corvus, «tu canto es tan hermoso. ¿Podrías enseñarme a cantar como tú?». El ruiseñor, halagado, aceptó y comenzó a enseñarle sus melodías. Pero por más que Corvus intentaba, su voz grave y ronca no podía imitar el dulce canto del ruiseñor.
Desanimado, Corvus regresó a su montaña. Sin embargo, un día, mientras reflexionaba sobre sus intentos fallidos, una pequeña ave se acercó a él. «Cuervo», dijo, «siempre he admirado tu fuerte voz. Cuando cantas, todos en el valle pueden escucharte. Y tu plumaje negro brilla bajo el sol como ningún otro. Eres único y especial a tu manera».
Corvus se dio cuenta de que había pasado tanto tiempo envidiando a los demás que había olvidado valorar sus propias cualidades. A partir de ese día, cantó con orgullo y voló con confianza, sabiendo que cada ave tiene su propia belleza y talento.
Moraleja del cuervo envidioso:
«No envidies las cualidades de otros; cada uno tiene sus propias virtudes y talentos únicos.»