Un pastorcito llamado Pedro cuidaba las ovejas de su amo cerca de un bosque oscuro, no muy lejos de la aldea donde vivía. Aunque Pedro amaba a sus ovejas, encontraba su vida en el campo muy aburrida.
Todo lo que podía hacer para divertirse era hablar con su perro, Roco, o tocar su pipa de pastor.Un día, mientras estaba sentado mirando las ovejas y el bosque tranquilo, Pedro pensó en un plan para divertirse. Recordó que su jefe le había dicho que pidiera ayuda si un lobo atacaba el rebaño, y los vecinos cercanos acudirían en su ayuda para ahuyentar al lobo. Pero Pedro se preguntaba qué pasaría si fingiera un ataque de lobo solo para ver la reacción de los aldeanos.
Aunque no había visto nada que se pareciera a un lobo, Pedro decidió probar su plan. Corrió hacia la aldea gritando a todo pulmón: «¡Lobo! ¡Lobo!» Como su jefe le había dicho, los aldeanos cercanos que escucharon el grito dejaron su trabajo y corrieron hacia el pasto para ayudarlo. Pero cuando llegaron allí, encontraron a Pedro riéndose a carcajadas por la pesada broma que les había jugado.
Unos días más tarde, el pastorcito decidió jugar el mismo truco nuevamente. Gritó: «¡Lobo! ¡Lobo!» y, una vez más, los aldeanos corrieron a ayudarlo, solo para encontrarse con Pedro riéndose en su cara otra vez. Los aldeanos comenzaron a cansarse de las bromas del pastorcito, pero Pedro no podía resistirse a la emoción de ver a todos correr hacia él.
Entonces, una tarde, mientras el sol se ponía detrás del bosque y las sombras se extendían por el pasto, un lobo realmente surgió de la maleza y cayó sobre las ovejas de Pedro. Aterrorizado, el niño corrió hacia el pueblo gritando: «¡Lobo! ¡Lobo!».
Esta vez, aunque los aldeanos escucharon el grito, no corrieron a ayudarlo como lo habían hecho antes. Recordaron todas las veces que Pedro los había engañado y decidieron no dejarse engañar nuevamente. El lobo se llevó varias ovejas mientras Pedro miraba impotente.
Al día siguiente, Pedro se acercó a los aldeanos y les pidió disculpas por todas las bromas que les había hecho. Aprendió una lección valiosa sobre la importancia de la honestidad y la confianza. A partir de ese día, Pedro se convirtió en un pastor responsable y nunca más volvió a jugar una broma cruel a los aldeanos. Y los aldeanos, a su vez, aprendieron a perdonar y a ayudar a los demás cuando realmente lo necesitaban.
Moraleja del pastorcito mentiroso
A los mentirosos no se les cree ni siquiera cuando dicen la verdad.
Esopo