En una vasta selva, vivía un poderoso león llamado Leo. Era el rey indiscutible de la selva, temido y respetado por todos los animales. Sin embargo, a pesar de su fuerza y poder, había algo que Leo no podía controlar: su corazón.
Un día, mientras cazaba, Leo vio a una hermosa joven pastora cuidando su rebaño de ovejas. Quedó tan cautivado por su belleza y gracia que se olvidó por completo de su caza y la observó desde la distancia. Día tras día, Leo la miraba en secreto, y con el tiempo, se enamoró perdidamente de ella.
Decidió acercarse y declararle sus sentimientos. La joven, sorprendida al ver al rey de la selva a sus pies, no sabía qué hacer. Leo le prometió que no le haría daño y que haría cualquier cosa por ella.
La joven, viendo la sinceridad en los ojos del león, le dijo: «Si realmente me amas y deseas estar conmigo, debes demostrar tu compromiso. Debes cortarte las garras y dientes para que pueda confiar en ti y no temer por mi vida.»
Leo, cegado por el amor, accedió a la petición de la joven. Se cortó las garras y dientes, creyendo que esto le ganaría el corazón de la pastora. Sin embargo, una vez que estuvo indefenso, la joven, temiendo la naturaleza salvaje del león, decidió alejarse de él.
Leo, ahora sin sus garras y dientes, se sintió traicionado y desamparado. Ya no era el rey temido de la selva y se convirtió en el hazmerreír de otros animales. A pesar de su poder y fuerza, había perdido todo por amor.