En el corazón de un vasto bosque, había un claro luminoso donde crecía un espejo encantado. No era un espejo común y corriente; mostraba no la apariencia, sino la verdadera esencia del que en él se reflejara.
En un pueblo cercano, vivía Darío, un joven conocido por su extrema vanidad. Su vida giraba en torno a su apariencia. Poseía los trajes más finos, y pasaba horas arreglándose frente al espejo. Los aldeanos a menudo lo veían caminando por el pueblo, con la nariz en alto, buscando admiradores.
Un día, mientras Darío paseaba cerca del bosque, escuchó rumores de un espejo mágico que revelaba la verdadera naturaleza de quien se miraba en él. Pensando que este espejo mostraría una imagen aún más hermosa de él, Darío decidió encontrarlo.
Tras horas de búsqueda, llegó al claro y se encontró frente al espejo encantado. Esperando ver su rostro hermoso reflejado, se acercó con confianza. Pero, para su horror, el espejo no mostró su apariencia externa. En su lugar, había una figura retorcida y oscura, con una mirada vacía.
Asustado y confundido, Darío se alejó del espejo, tropezando y cayendo al suelo. En ese momento, un anciano sabio, guardián del bosque, se le acercó. «¿Qué has visto, joven?», preguntó con una voz suave.
Darío, con lágrimas en los ojos, respondió: «No vi lo que esperaba. Vi un monstruo.»
El anciano asintió. «Ese espejo muestra la verdadera esencia de uno. No refleja la belleza física, sino la belleza del alma. Si solo te enfocas en tu apariencia y te comportas con vanidad y arrogancia, eso es lo que verás reflejado.»
Darío, dándose cuenta de sus errores, pidió al anciano que lo ayudara a cambiar. Con el tiempo, aprendió a valorar las cualidades internas sobre las externas. Ayudó en el pueblo, hizo amigos genuinos y comenzó a mirar más allá de las apariencias.
Un día, decidido, volvió al espejo del bosque. Esta vez, vio reflejada una figura radiante y luminosa, con una mirada amable y serena.
Moraleja de la fabula:
La verdadera belleza reside en el interior y se refleja en nuestras acciones y en cómo tratamos a los demás. La vanidad y la obsesión con la apariencia externa pueden oscurecer nuestra verdadera esencia. Es importante recordar que lo que realmente importa está en el corazón y el alma.